Cuando el momento en el que te sientes más acompañado es estando solo

Esta noche no ha sido una noche cualquiera.

Algo dentro de mí me ha forzado a salir de casa. Sin razones. Sin explicaciones. Sólo sentía la necesidad de hacerlo. Me apetecía salir a dar un paseo. Sin rumbo. Sin nadie. Yo solo.

Y es cuando me he encaminado, con la única compañía de mis llaves (lo único imprescindible para volver a casa), sin dirección fija ni tiempos de por medio, con el caminar del que no tiene prisa, dando pasos al ritmo del latir del corazón, y perdiéndome entre las calles. Calles nuevas descubiertas tras siete años y medio en esta ciudad, y por las que nunca había pasado pero me apetecía descubrir. Calles vacías, sin gente ni coches. El único sonido, el de la música que tenía puesta, que me aislaba más aún en esa ciudad en la que parecía estar sólo yo. La música a todo volumen, nadie (ni un pájaro siquiera) que interrumpiera toda esa magia, deseos irrefrenables de gritar la canción porque no hay nadie que pueda mirarte mal, e inmiscuido en tus pensamientos... No sé si habéis tenido la ocasión de experimentar algo parecido, pero es altamente recomendable.

Todo este tiempo de envío de curriculums/curricula, todas esas solicitudes de empleo y ofertas llegadas al correo, todas esas tardes dándole vueltas al siguiente paso que debo dar... y es aislarme del mundo y aclarar todo en cuestión de minutos...

Llego a casa. No hay llamadas ni mensajes. El mundo ha seguido dando vueltas sin mí. Miro el reloj. Lo que en mi mundo han sido unos cuantos minutos, en el real ha supuesto dos horas y media. Enciendo el ordenador. Voy a la página de Ryanair. El siguiente paso ya está dado.